El amor se ha vuelto un objeto esquivo: fue la última ráfaga en la mente de Floreana Fabres mientras leía Bienvenidos en un largo letrero a todo lo ancho del camino. El destartalado autobús cruza la entrada del pueblo y ella mira por la ventanilla: la sorprende el brillo del azul. Floreana había olvidado completamente el cielo.
- No, Floreana. Cualquier reparación posible pasa por dormir sola.
Floreana se tiende sobre la colcha blanca tejida a crochet, con miles de diseños que alcanzan el suelo en ampulosos pliegues; es el único lujo, se dice tocándola. Observa su austero entorno. EL techo es bajo y sobre las paredes de color castaño brilla el barniz que protege a la madera. Aparte del ropero, solamente una cómoda, un velador, un estante de libros y la pequeña mesa con su silla. Se imagina sentada allí, escribiendo cartas o, si el ánimo la acompaña, corrigiendo su última investigación, esa que ha devorado largas, eternas horas de su vida.
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