jueves, 25 de septiembre de 2008

voz aterciopelada



Quizá ya os hayais dado cuenta: para los hombres como yo, o sea, para los melancólicos que convierten el amor y el dolor, la felicidad y la miseria en simples excusas para una eterna soledad, en la vida no hay ni grandes alegrias ni grandes tristezas. No quiero decir que no comprendamos a los demás cuando sus espíritus se alteran con tales sentimientos; justo al contrario, comprendemos de sobra la profundidad de sus sentimientos. Lo que no entendemos es el extraño desasosiego en que se hunden nuestras almas en esos momentos. Esa silenciosa inquietud que oscurece nuestras mentes y nuestras almas ocupa el lugar que deberían ocupar la alegría y la tristeza.

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